Los problemas migratorios no son nuevos, pero estamos usando las peores formas para resolverlos
¿Es soberano olvidar nuestra propia historia de migración bajo excusas y generalizaciones discriminatorias de que todos los migrantes son malos?
El año 2021 terminó con múltiples restricciones y
tragedias sobre la migración: el gobierno de Estados Unidos retomó el programa “Quédate en
México”, que obliga a los solicitantes de asilo a esperar en
territorio mexicano mientras las cortes de migración estadounidenses resuelven
sus peticiones; México amplió la lista de países
a los que les solicitará visa para entrar a su territorio
—Ecuador, Brasil y Venezuela están entre los seleccionados—, y la ruta Canaria,
que lleva a los migrantes desde África hasta las islas Canarias (España),
atravesando parte del océano Atlántico, registró un máximo histórico de
muertes: 4,404 personas.
Nuestra
historia reciente sobre migraciones se basa en la securitización de las
fronteras y dejar en pie solo una pata de la mesa que forma la gestión
migratoria: el control militar o policial.
Atrás quedaron las propuestas sobre mejorar las
condiciones para las solicitudes de asilo o refugio, la integración social y
económica de los migrantes y refugiados, y el respeto de sus derechos humanos.
Llegamos al año 2022 con un mundo sumergido en las retóricas y narrativas de
que la migración es mala, o en el mejor de los casos, el perfecto chivo
expiatorio para los errores político-partidistas.
Y cuando hacemos un
balance de lo sucedido, dejamos de lado un elemento clave: la historia.
Soy fiel creyente de
una frase atribuida a Mark Twain: “La historia no se repite, pero rima”. La
historia sobre las migraciones humanas por lo general es tergiversada de
acuerdo a los versos o verbos de turno que resuenan desde los labios de los
políticos que dirigen a los países de acogida.
Lo dijo Kamala Harris,
vicepresidenta de Estados Unidos: “No vengan”. Andrés
Manuel López Obrador, presidente de México, en muchas de sus conferencias
justifica la detención arbitraria y violenta de migrantes en territorio
mexicano con el mensaje: “Tenemos que cuidar a los
migrantes”.
Desde España, Santiago Abascal, presidente del
partido político VOX, la tercera fuerza parlamentaria, no se cansa de presentar a
los migrantes como “enemigos” como elemento de campaña política
y manipulación de la opinión pública. En América del Sur tenemos a
representantes políticos y en ejercicio de cargos públicos, como la alcaldesa
de Bogotá, Claudia López, que en reiteradas ocasiones culpó a los venezolanos de
la inseguridad de la ciudad. Luego tuvo que disculparse por sus
palabras xenófobas porque un juez se lo ordenó.
Sí, la historia de la
migración humana contemporánea es una rima constante de dicotomías. Yo me
pregunto: ¿Qué hubiera pasado si a los miles de europeos que llegaron a América
Latina después de la Segunda Guerra Mundial les hubieran dicho que no podían
quedarse y los hubieran deportado “en caliente”? ¿Olvidó el gobierno mexicano
las penurias y necesidades que pasaron miles de mexicanos tratando de llegar a
los Estados Unidos, y por eso ahora funciona como el muro que tanto soñó el
expresidente estadounidense Donald Trump? ¿Se olvidó la alcaldía de Bogotá
cuántos colombianos llegaron a Venezuela huyendo de un conflicto armado que
separó a Colombia por más de 40 años?
Se entiende que cada
Estado es soberano y sus líderes políticos tienen la obligación de hacer valer
esa soberanía bajo un conjunto de leyes que rigen a la sociedad. Pero, contando
con una definición más amplia de la palabra, ¿es soberano, por ejemplo,
apalear, matar de hambre y de frío a cientos de personas que tratan de cruzar
desde Bielorrusia hacia Polonia para poder llegar a Europa?
¿Es soberano olvidar nuestra propia historia de migración bajo excusas y
generalizaciones discriminatorias de que todos los migrantes son malos?
Mis preguntas están cargadas de indignación y
desesperanza. No hay cambios políticos reales, por ejemplo, en las políticas de
aceptación e integración de migrantes en la Unión Europea, y prefieren
blindarse desde Bruselas, sede del Parlamento europeo, restringiendo aún
más las normas de asilo. México
y Estados Unidos aprietan más la llave de
la militarización para evitar el paso de migrantes; mientras
que en América del Sur, los venezolanos que llegaron a países como Colombia,
Ecuador y Perú esperan por políticas públicas eficientes que logren su
integración económica y social.
La historia
contemporánea de las migraciones es ejemplo de que no hemos aprendido nada. Los
hechos lo demuestran. Ante eso, lo fundamental debería ser volver a las raíces
de lo que nos hace humanos: la solidaridad y el amor. Sí, el amor. No un amor
romántico, sino un amor que nos haga reconocernos dentro de nuestros
antepasados, por ejemplo, que fueron migrantes y que construyeron las bases de
nuestro éxito.
En el informe “Narrativas
migratorias del amor. De la solidaridad a la comunidad”, elaborado por la
Fundación PorCausa, nos encontramos con que “la cohesión que ofrece el odio es
inestable, ya que necesita reciclarse constantemente, pero es incuestionable su
capacidad aglutinante, en particular en los discursos que reavivan narrativas
identitarias”.
Debemos dejar de caer
en retóricas nacionalistas y discriminatorias que apelan a nuestros prejuicios
y volver a la historia de nuestras migraciones, y enfocarnos en que este nuevo
año sea cuando definitivamente entendemos de dónde venimos y por qué que nos
hace a todos migrantes.
Jefferson Díaz es periodista venezolano especializado
en cubrir temas migratorios y su columna es una #Opinión para Washington Post en Español.
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